sábado, 2 de enero de 2016


Una introducción a Abraham. 
Por Esther Hicks 

¡Esa mujer se comunica con espíritus! —decían nuestros amigos—. La semana que viene estará aquí, de modo que podéis concertar una entrevista con ella y preguntarle lo que queráis. 
«Es lo último que deseo hacer», pensé, pero al mismo tiempo oí a Jerry, mi marido, decir: —De acuerdo, ¿cómo podemos concertar una entrevista con ella? 
Eso ocurrió en 1984, y en los cuatro años que llevábamos casados, Jerry y yo jamás habíamos discutido ni habíamos cruzado una palabra airada.
Éramos dos jóvenes alegres, que vivíamos felices y éramos compatibles en prácticamente todos los temas que se planteaban.
Lo único que me molestaba era que Jerry divirtiera a sus amigos con sus anécdotas de veinte años atrás, relatándoles sus experiencias con la tabla guija.
Cuando nos encontrábamos en un restaurante u otro lugar público y yo presentía que Jerry iba a relatar una de sus anécdotas, me disculpaba educadamente (a veces no tan educadamente) y me refugiaba en el lavabo de mujeres, me sentaba en la barra del local o daba un paseo hasta donde habíamos aparcado el coche, donde permanecía hasta que había pasado el suficiente tiempo para que Jerry hubiera concluido su relato.
Por fortuna, al cabo de un tiempo Jerry dejó de contar esas anécdotas cuando yo estaba presente.
Yo no era lo que se dice una chica religiosa, pero había asistido a suficientes clases de catequesis para desarrollar un profundo temor al mal y al diablo.
Bien pensado, no estoy segura de que nuestros profesores de catequesis dedicaran buena parte de las clases a enseñarnos a temer al diablo o si era algo que yo tenía arraigado en la mente.
En cualquier caso, eso es lo que recuerdo a grandes rasgos de esa época.
De modo que tal como me habían enseñado que hiciera, procuraba evitar todo lo que pudiera estar relacionado con el diablo.
En cierta ocasión, de joven, estaba sentada en un cine al aire libre cuando al mirar por la ventanilla trasera del coche hacia otra pantalla contemplé una escena horripilante de El exorcista (una película que había evitado), y lo que vi, sin oír el sonido, me impresionó hasta el extremo de que tuve pesadillas durante varias semanas.

Pedid Que Ya Se Os Ha Dado.
Como aprender a manifestar sus deseos.
Abraham.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.